En medio de la violencia que afecta al estado de Sinaloa, los trabajadores funerarios se han convertido en testigos mudos de la guerra que se libra entre grupos criminales. Su trabajo, marcado por el dolor de los demás, se ha vuelto cada vez más complejo y emocionalmente agotador.

Estos trabajadores, responsables de recoger los cadáveres, preparar los servicios funerarios y acompañar a las familias devastadas, se enfrentan cada día a escenas de extrema brutalidad. Muchos afirman que la violencia ha convertido su trabajo en una tarea de alto riesgo, no sólo por la exposición a situaciones violentas, sino también por el miedo a represalias o amenazas.

A pesar de la dureza de su trabajo, los trabajadores funerarios dicen sentirse comprometidos con su papel humanitario: ofrecer dignidad en medio del caos. Pero reconocen que el impacto psicológico y emocional es profundo, especialmente cuando tienen que cuidar a víctimas jóvenes o a familias enteras afectadas por la violencia.

En Sinaloa, el creciente número de asesinatos ha convertido a estos profesionales en parte invisible de la tragedia. Su trabajo, a menudo ignorado, refleja el costo humano de una guerra que no da tregua y continúa marcando cada rincón del estado.