

En la mañana del 14 de noviembre, el sol salió en Colombia como todos los días, pero fue un amanecer gris para Armero, Tolima. Una vez los rayos del sol alumbraron al municipio, conocido como la ciudad blanca, se dimensionó el tamaño de la tragedia.
El volcán Nevado del Ruiz había hecho erupción. La mezcla entre el material volcánico y el río Lagunilla provocó más de una avalancha que sepultó al pueblo armerita desde la noche del 13 de noviembre. Más de 20.000 personas fallecieron en lo que un día fue un pueblo próspero y bullente de actividad.
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Germán Santamaria, periodista de EL TIEMPO en ese entonces, llegó con los primeros rastros de luz hasta Armero. En la edición extra del periódico, publicada el 14 de noviembre, este hombre le contó a Colombia y al mundo que el centro poblado había desaparecido.
“A uno metros yace un hombre hundido en el lodo hasta la garganta (…). Grita y grita, pero ni este enviado de EL TIEMPO, ni tres policías embarrado, ni un socorrista, ni nadie pueden hacer nada“, relató en el papel como una de las primeras imágenes.
Fue este cronista quien dio a conocer, por azares de la vida y la muerte, la historia de Omaira Sánchez; la niña cuyo rostro quedó como uno de los recuerdos más emblemáticos del desastre.
Germán Santamaría, cronista que retrató a Armero Foto:Fernando Ariza. EL TIEMPO
40 años después del cubrimiento, Santamaría volvió al periódico donde redactó a toda velocidad en máquina de escribir. Esta vez, para hablar de los recuerdos que le quedaron de su trabajo: la locura, la zozobra, la conmoción y valentía que quedó entre los sobrevivientes y organismos de socorro que estuvieron allí.
Hace 40 años, ¿cómo se entera usted lo que sucedió con Armero? ¿Cuál es la imagen que le dan a través de la llamada? ¿Cómo es que llega Armero?¿Tenía miedos en ese momento, mientras iba de camino?
Yo trabajé como hasta las 7 de la noche y volví a mi casa. Salimos con mi señora a hacer alguna actividad. Cuando regresamos a las 11 de la noche a mi casa, ya me habían llamado dos veces de EL TIEMPO don Hernando Santos, que era el director, y Rafael Santos, que era el editor. Y entonces me dijo “Parece que hubo un desastre muy grande en Armero, allá cerca de Líbano, Tolima, cerca de su pueblo. Tienen que arrancar mañana”. Y yo no sabía nada de nada todavía.
Me acosté inocente, pero nervioso, porque yo no tenía ni magnitud. Me desperté a las 5 de la mañana, con un ruido espectacular, que era un helicóptero aterrizando frente a mi casa. Salimos para Armero.
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Como yo conocía muy bien esa zona, como la palma de mi mano, todo eso; Mariquita, Armero, Líbano, Lérida… Entonces dije: “capitán, vamos primero a Mariquita”. Viajamos, volamos a Mariquita y sobrevolamos, vimos que el río se había desbordado un poco, pero nada, y le dije “vamos a Armero”.
Eran las 6:30, vi una plancha inmensa de agua, una laguna, y en unas partes era como un piso de ajedrez, que después supe que eran los pisos de los baños de las casas, que la avalancha había cortado y había quedado la cerámica. Entonces, en ese momento, yo dije “Armero se destruyó, no hay nada”.
Solamente vi unas casitas que estaban en las partes más altas, allá no alcanzó a llegar el lodo, y de pronto vi una plancha grande que era el hospital de Armero, que yo conocía, porque trabajó una tía mía de enfermera. Entonces le dije al capitán “aterricemos ahÍ”.
Como el hospital era de tres pisos, el lodo ahí había llegado más arriba del segundo piso y la plancha había quedado vacía. El helicóptero se posó en esa plancha, yo abrí la puerta, me bajé… La sensación: un viento frío, en un pueblo tan caliente como Armero, un viento frío que venía como del páramo. Caminé unos tres, cuatro metros, cuando comencé a ver una escena que es una cosa impresionante, que me quedó grabada.
Del lodo, que estaba por todas partes, empezaron a salir personas desnudas, llenas de sangre y lodo. Eran como muertos vivientes, pidiendo ayuda y clemencia, extendiendo las manos. Muchos, veinte, treinta, cuarenta.
Ayudamos a subir varios a la terraza y al helicóptero, unos siete u ocho. Le dije al capitán: “Llévelos a Lérida o Mariquita”. Me quedé en la plancha con el fotógrafo, rodeado de esos muertos vivientes. Esa fue la primera imagen terrible, estremecedora, que tuve de Armero.
Foto desde un helicóptero del deslizamiento tras la erupción del volcán Nevado del Ruiz. Foto:MSF
Esa imagen dantesca que todos después conocimos, ¿cuál fue la primera crónica que usted envió, que dijo ‘esto tiene que conocer el país de inmediato’?
El helicóptero regresó a Bogotá el jueves, a las cuatro de la tarde. Yo escribí la primera crónica esa misma noche, y se tituló ‘Armero, borrado del mapa’.
Entendía bien la geografía de Armero, la topografía, la distribución de las casas, yo sabía dónde estaba la estación del ferrocarril, porque yo ahí cogí el tren muchas veces, un tren que iba de Armero a Ambalema, Buenos Aires e Ibagué. Conocía el parque, la iglesia, la avenida principal, la estación de las flotas y todo. Hice una crónica muy grande, demostrando que el pueblo efectivamente había sido borrado del mapa, que no existía Armero y que solamente habían sobrevivido unas pequeñas islas de casas que estaban en la parte más alta.
Escribí otras crónicas, como la historia de esos muertos vivientes pidiendo clemencia, que yo dije que son zombis. Tal vez la palabra zombi sea muy dura y sea muy compleja, pero es que el zombi es un muerto viviente que pierde el control. Era gente que estaba robotizada, traumatizada y solamente desataba palabras: “auxilio, ayuda, auxilio, ayuda”. Y cubierta toda de barro. Me impresionó que todos estaban desnudos. La avalancha les arrancó la ropa.
Una parte muy pequeña de la población total de Armero sobrevivió. Foto:EL TIEMPO
Eso lo escribí todo para la edición del jueves. La edición extra.
Usted ya nos está narrando un poco de lo estremecedora que fue esa escena, pero también usted logró entender cómo el país se agolpaba para rescatar y apoyar esas labores de búsqueda. ¿Eso fue de inmediato? ¿Cuánto se demoró en llegar la ayuda real? ¿Cómo se articuló también la gente de los municipios vecinos?
Este fue un espectáculo muy caótico. Hacia las 10, 11 de la mañana, usted veía 20 helicópteros sobrevolando. Avionetas que pasaban, sirenas, pero todo el mundo estaba aturdido, todo el mundo desorganizado porque eso era una cosa de tal magnitud… Era la primera vez que pasaba en el país. Yo pienso que el gobierno de entonces tal vez pecó, el gobierno departamental y nacional, por omisión y por no entender la gravedad de lo que se podía venir.
Pero ya cuando se produjo, hubo una gran movilización, pero un poco caótica y desordenada.
En EL TIEMPO, usted escribió el 24 de noviembre del 85 una crónica donde cuenta un poco de cómo fue esta carrera del alcalde de Armero para intentar evitar una tragedia que estaba anunciada. Cuando tuvo que escribir esta crónica, ¿qué sensaciones tuvo?
Pasé buena parte de mi vida en Ibagué. Ahí conocí a Ramón Rodríguez, un intelectual, un hombre muy serio, muy importante. Era alcalde de Armero.
Y él, como creo que un mes y medio antes, me llamó a mi casa y me dijo que quería hablar conmigo por la noche. Y fue a mi casa. Me contó que él creía que había un peligro sobre Armero, que se había venido un derrumbe cañón del río Lagunilla, que queda tal vez a unos cinco o siete kilómetros de Armero. El derrumbe había represado el río, que entonces si la represa subía, podía desbordarse y amenazaba a Armero. Obviamente, lo que no se imaginaba era la erupción del volcán.
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Yo publiqué el reportaje que le hice esa noche en mi casa… Pero no pasó nada. No hubo ninguna reacción de nada.
Después supe que él habló con el gobernador del Tolima, con las autoridades de socorro y hasta con funcionarios del Gobierno Nacional. Él pedía que dinamitaran la represa, pero no le prestaron atención.
Cuando vino la erupción del volcán, ese derrumbe fue lo que potenció la avalancha. Multiplicó por miles la fuerza del agua y creó lo que allá llaman “la bombada”: una masa de lodo y piedras que arrasó todo. En Armero aún se puede ver una piedra enorme, del tamaño de un edificio, que bajó como una bola de billar por el cañón. Nadie la puede mover.
Para la semana anterior, antes del holocausto (del Palacio de Justicia), sí sabíamos que en el Ministerio de Minas de entonces se estaba hablando del tema. Pero pasa lo de la toma y retoma y eso queda en veremos, ¿no? Sin pensar qué iba a suceder.
Una visión de la tragedia. Foto:EL TIEMPO
¿Qué nos puede contar de esa imagen de los niños pidiendo ayuda en ese momento hace 40 años?
Bueno, el niño más grande o niña más grande fue Omaira, es la historia central de todo. Pero yo vi otro niño. Él salió dentro del lodo, fue también muy famoso, extendió los brazos. Resucitó, fue subido al helicóptero y se salvó. Yo veía que eso era un caos; es que en la guerra no hay un orden, no hay ninguna asimetría, no hay nada, y esto era como una guerra, un campo de batalla.
Yo veía que sacaban niños en ambulancias, en helicópteros. Algunos se salvaron, otros no.
Al año siguiente volví muchas veces a Armero y logramos el reencuentro de varios niños con sus padres, pero otros nunca aparecieron. Es un misterio enorme.
Nadie sabe con certeza qué pasó: si algunos fueron adoptados, si otros fueron robados, si murieron. En esa época era imposible hacer seguimiento. No había trazabilidad, no había registros. Juzgar es muy difícil. El trabajo investigativo de Francisco González se basa en fotos de reportes en un libro que es un folder blanco.
Collage con niños perdidos de Armero Foto:ARMANDO ARMERO
Es inevitable hablar de Armero y no llegar al caso de Omaira Sánchez. Usted fue quien dio a conocer el caso de esta menor de edad de 12 años que quedó atrapada en lo que un día fue su casa. ¿Cómo fue que llega a ella?
Bueno, es una casualidad. Yo no quiero adquirir ningún mérito porque el destino de los periodistas es la casualidad y estar en el sitio que es a la hora que es.
El viernes, dos días después de la tragedia, le dije al capitán del helicóptero que aterrizara en una colina donde había unas personas observando. Apenas bajamos, alguien se me acercó y me dijo: “¿Usted es periodista? Hay una niña atrapada aquí cerca”. Caminamos por un lodo espeso, mezclado con café y arroz, porque en la zona había trilladoras. El barro nos llegaba casi a la cintura. Era una sopa espantosa.
Omaira Sánchez, Armero Foto:Archivo EL TIEMPO
Cuando llegamos, solo había un policía y un socorrista. Vi a la niña: estaba atrapada de la cintura para abajo en una plancha de cemento, con agua, barro y lodo alrededor. No había cómo romper la plancha.
Entonces yo me acerqué a ella. Y tal vez, yo que hice tantos reportajes, que me entrevisté con Pablo Escobar, con Mohamed Alí, con presidentes, con generales, fue el reportaje más silencioso que yo hice… porque yo no le hice ni preguntas.
Le dije “hola”, porque cualquier pregunta que yo hiciera era como ofensiva y era como una canallada, como algo inoportuno. Y me dijo “yo me llamo Omaira Sánchez y estudio en el colegio tal, y tengo examen de matemáticas mañana y si no voy, perderé el año. Mi mamá está en Bogotá, y mi papá está aquí debajo de mí, en los pies”. Ya había perdido el sentido del tiempo. Y cantó.
Entonces yo no tuve que hacerle preguntas. Me quedé muy impresionado. Era algo vulgar y grosero preguntarle algo. Y entonces comenzó a pasar el tiempo, media hora, se acababan las fotos, y yo le dije al policía “¿qué hago yo para ayudar?” Y me dijeron “hay que conseguir una motobomba para sacar agua”.
Llegó una persona ahí con un salvavidas, porque ella se hundía, y le pusieron un salvavidas, ¿se imaginan? Un salvavidas como los niños en la piscina, pero ahí en el lodo.
Omaira Sánchez sobre el flotador. Foto:Archivo EL TIEMPO
Cuando empezó a oscurecer, le dije a unas personas que iba a Bogotá a buscar una motobomba. Llegué al periódico como a las seis de la tarde, con la ropa llena de barro y sangre.
Al entrar, me encontré con don Enrique Santos. Me dijo: “¿Qué trae, mijito?”. Le respondí: “Traigo una historia que va a recorrer el mundo”. Lo supe desde el primer momento.
Escribí la crónica ‘Hay que salvar a Omaira’ a una velocidad tremenda, en máquina de escribir. No había computadores. Yo escribía media página, la arrancaban y la llevaban a diagramar. En esa época había varias ediciones —local, departamental, nacional—, y alcanzamos a incluirla en la primera plana.
A las ocho o nueve de la noche pasó por ahí Juan Manuel Santos, que era subdirector del periódico. Le pedí: “Por favor, consiga una motobomba, porque hay una niña agonizando y hay que salvarla”.
Entonces, cuando yo ya estaba terminando, llegaron con la motobomba, estuvo ahí. Me llevó, yo estuve hasta que cerraron el periódico, y estaba la primera página, la foto de ella, y la historia. Cuando terminé, me fui a casa como a la una de la mañana. Me quité la ropa, la dejé en el garaje, y me quedé con esa imagen para siempre.
Esa noche no dormí ni un minuto tranquilo. La televisión no paraba de transmitir y las llamadas no cesaban. A las 5:30 de la mañana, otra vez el helicóptero despertó a todo el barrio. Salimos a esa hora con la motobomba que habíamos conseguido.
En algunos reportes se dijo que varios países ofrecieron ayuda con motobombas. ¿Eso fue cierto?
No, eso es mentira. La motobomba era algo que solo conocía yo. Fue una gestión muy puntual. Yo le ordené que la consiguiera alguien que después fue dos veces presidente de Colombia. Sí, a Juan Manuel Santos. Le dije: “Vaya, consiga una motobomba”, y él, humildemente, se fue a recorrer el barrio de Paloquemao y logró que abrieran una ferretería.
¿Y qué pasó cuando llegaron nuevamente con la motobomba a Armero?
Ahí vino el momento final, el desenlace, que fue terrible. Llegamos hacia las seis de la mañana. Había mal tiempo, el helicóptero no podía aterrizar porque las nubes estaban muy bajas. El capitán vio un hueco en las nubes y se lanzó por ahí, de manera temeraria. Yo le dije: “Capitán, aterrice allá, en esa colina”. Era otro piloto, distinto al del primer día. Logramos bajar con la motobomba y el fotógrafo.
Caminamos otra vez por el lodazal hasta llegar donde estaba la niña. Ya había periodistas de Estados Unidos, colombianos, socorristas, un médico, unas ocho o diez personas. Conectaron la motobomba, pero el esfuerzo era inútil: sacaba agua, sí, pero era como sacar agua del mar. Por cada 20 galones que se sacaban, entraban 100.
Edición extra de EL TIEMPO: Ángel Vargas capta a un hombre halando a una mujer. Foto: EL TIEMPO Foto:ÁNGEL VARGAS/EL TIEMPO
Omaira no se hundía porque tenía un salvavidas, y la sostenían ahí. Luchaban para que el agua no la cubriera. Pero ella ya comenzaba a dar señales de agotamiento. Yo la había visto despedirse de mí el día anterior cantando, y ahora llevaba tres días bajo el sol y el barro. Era una agonía inconmensurablemente cruel, algo que nadie puede imaginar.
Empezó a ponerse grave, muy grave. Su respiración era cada vez más lenta. Apenas balbuceaba algunas palabras, a veces sonreía.
Hacia las nueve de la mañana, la radio transmitió mi crónica. Realmente la historia de Omaira solo la publicó EL TIEMP primero. Después sí, muchos medios la replicaron, pero fue EL TIEMPO el que la contó inicialmente. Los grandes periodistas de la época —Juan Gossaín, Yamid Amat y otros— la leyeron en directo por radio. Todo el país estaba pegado escuchando la historia.
Incluso la gente que estaba allá en el sitio escuchó la transmisión. Fue algo impresionante. Yo no la había oído todavía.
Como a las nueve, el médico —o tal vez era el policía, no lo recuerdo bien— me preguntó qué se debía hacer con la niña. Me dijo que la única posibilidad mínima era amputarle las piernas, porque estaba atrapada. Y me pidió mi opinión. Supongo que creyeron que yo era un familiar, o el responsable.
Yo, que soy un hombre parco y respetuoso, me enojé mucho. Les eché un madrazo. Les dije: “Miren, no me pongan en esa responsabilidad. Eso es problema de ustedes. Usted es el médico, usted es el policía; yo soy periodista. No asumo ninguna responsabilidad de ese tipo”.
El ambiente era de confusión total. La motobomba seguía funcionando, pero el agua no cedía. Veía a la niña decaída. Serían las nueve y cuarenta cuando levantó la mirada, me alcanzó a ver y esbozó una especie de sonrisa… yo he visto muchas muertes, y supe que era el rictus final, ese gesto de despedida. Algo muy terrible.
Me alejé unos quince metros. Pensé: ‘No quiero verla morir. No puedo hacer nada’. Cinco minutos después, comenzaron los gritos: “¡Se está muriendo, se está muriendo!”. No soporté la tentación y me devolví. Vi cómo exhalaba el último suspiro y se murió. El médico le puso el fonendoscopio y confirmó: “Está muerta”.
El médico, el policía y los socorristas me miraron y me dijeron: ‘Bueno, ahora usted decida qué hacemos con ella’. Yo, que antes me había negado a opinar, ahí sí decidí. Me pasó una ráfaga mental. Pensé: “Esta niña nació aquí, creció aquí, luchó aquí y murió aquí una manera tan digna y valiente”.
Yo he visto morir a mucha gente: en el Palacio de Justicia, en terremotos en México y Perú, en guerras en Beirut, en África. Pero nunca vi morir a alguien tan digna y valientemente. Una niña de 13 años, por favor.
Entonces dije: “Que se quede aquí”. Les dije: “Suéltenla, quítenle el salvavidas”. Se sorprendieron, pero grité: “Suéltenla, tiene que quedarse aquí”. Le quitaron el salvavidas, el cuerpo se inclinó, se hundió lentamente y se formó una burbuja, un remolino de agua. Todos quedamos en silencio tres minutos. Ella ya no se veía.
Les dije: “Echémonle piedras, sepultémosla”. ¿Quién iba a sacar a la niña para cercenarla o llevarla? Era una decisión imposible. Muy compleja.
Después me fui al helicóptero. En ese momento ya me habían informado por radio que la historia estaba recorriendo el mundo. Los periódicos de Asia, de Singapur, de Tokio, llamaban a EL TIEMPO para preguntar por la niña. En Europa también. No querían cerrar sus ediciones sin saber si había sobrevivido. La humanidad entera estaba pendiente de ella.
Pensé: “Yo me tengo que ir para Bogotá y de pronto vuelvo después aquí hoy mismo”. Y así fue. Volvimos, y esa misma tarde me senté a escribir la crónica de su muerte. Era ya una historia universal. Una muerte cruel, pero también profundamente humana.
Germán, más allá del caso de Omaira, la tragedia de Armero se considera el peor desastre natural de la historia del país. ¿Qué pasó con la identidad armerita, con ese pueblo que usted conoció tan bien?
Permítame contarle algo breve. Al año de la tragedia fui muchas veces a Armero, pero una de esas veces llevé a mis hijas, que no conocían el lugar. Fuimos a buscar la tumba de Omaira. Estaba algo desordenada, pero llena de flores. Llevamos un trapo blanco, compramos aguacates en el pueblo y con pepa de aguacate escribimos “Omaira” sobre la tela. Clavamos esa bandera ahí. En ese momento no había ninguna placa ni monumento.
Un año y seis meses después estaba en Nueva York. Era domingo, salí a la calle con el New York Times, que los domingos trae la revista The New York Times Magazine, la más importante del mundo en periodismo. En la portada estaba la foto de esa misma bandera blanca con la palabra “Omaira” escrita con pepa de aguacate. Habían enviado un periodista a Armero para cubrir el aniversario.
Me quedé quieto en la calle. Iba hacia Central Park, tratando de leer el inglés con mi acento tolimense, y vi que la revista tenía 10 o 15 páginas dedicadas a Armero. Esa bandera que hicimos con mis hijas se volvió símbolo universal.
Entre una llanta y con medio cuerpo en el lodazal, Omaira Sánchez, permaneció durante horas. Foto:ARCHIVO EL TIEMPO
¿Y qué reflexión le deja eso, qué cree que aprendió el país de esa tragedia?
Mire, Armero era el pueblo más dinámico del Tolima. Lo llamaban la ciudad blanca. Era un pueblo alegre, con una economía viva: tractores, camiones llenos de algodón y arroz, un comercio intenso. Cuando uno venía del Líbano, veía brillar ese pueblo bajo el sol, como una joya blanca.
Y ese pueblo, el más vivo de la región, se murió. Todo se murió.
Yo siempre digo que las guerras en Europa hicieron a los europeos más humildes, más trabajadores. Pero nosotros, los colombianos, no aprendimos mucho.
Con sus pequeños hijos en brazos, en fila, estas familias se alejan de Armero. Foto:EL TIEMPO
El colombiano cree que la muerte que no es la suya es solo un simulacro. Que si no me morí yo, no pasa nada.
Claro, hubo mucha solidaridad: campañas en París, en Madrid, en Nueva York; teletones, ayudas de antioqueños, tolimenses, extranjeros. Pero como sociedad, no aprendimos del todo.
Ojalá que hoy tengamos mecanismos de seguridad y prevención reales, para que una tragedia así nunca se repita.
María Paula Rodríguez Rozo
Periodista de REDACCIÓN ÚLTIMAS NOTICIAS
David López
Editor de UNIDAD DE REPORTAJES MULTIMEDIA





























































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































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